La verdad, fue bastante triste: una de ellas le contaba a la otra lo mal que lo estaba pasando tras descubrir la infidelidad de su pareja. Llevaban varios años casados y tenían proyectos de comprarse una casa más grande, tener hijos y hacer una vida juntos. La mujer estaba realmente destrozada, y creo que cualquiera de nosotros, estando en su lugar, también lo habría estado. Ella decía que la infidelidad en la pareja era algo en lo que simplemente ella no transaba; estaba en contra de sus principios. Aparte, después de descubrir las andanzas en la que estaba su marido, investigó un poco más y descubrió que no había sido una sola vez y con una única mujer con la que él le había sido infiel, sino con varias más y en diferentes ocasiones. Lo peor de todo es que ella se culpaba a sí misma, pensaba que se había obsesionado mucho con su trabajo, que quizás él se pudo haber sentido abandonado, etc.
Al final, yo terminé de hacer mis ejercicios antes que ellas terminasen su conversación, por
lo que agarré mis cosas y me fui. En el camino, recordé una oportunidad en la que acompañé a mi amigo EL ARTISTA a una sesión de terapia grupal. Ese día, la terapeuta hablaba acerca de la importancia de darse cuenta y hacerse absolutamente consciente de cuáles eran las cosas que sentíamos que a uno lo definían como individuo. Y ponía el ejemplo de la relación de pareja, en la que uno de los miembros entrega su vida a esa relación y a su compañero y, cuando las cosas no funcionan como se esperaban, la relación termina y esa persona, aparte de experimentar el proceso de duelo por el cual todos pasamos, siente un impacto mucho mayor en su ser. Experimenta un terremoto grado diez, ya que parte de la definición de sí misma, como persona, como ser humano integral, la había depositado en algo o alguien que no era ella y, al perder ese objeto o sujeto, caía en la incertidumbre y desesperación de no saber quién se es o qué lugar se ocupa en este mundo.
El tema no es fácil de explicar; no soy psicólogo y estoy lejos de serlo, pero trato de ponerlo en palabras simples.
Creo que es un ejercicio sano monitorearse cada cierto tiempo y preguntarse en qué cosa o persona estoy depositando la definición de mí mismo. ¿En un trabajo? ¿En una relación? ¿En los bienes que he adquirido? ¿En los lugares que he visitado? ¿Los idiomas que hablo? ¿Las certificaciones que poseo? ¿Los grados académico que, fruto de mi esfuerzo y perseverancia, he obtenido? ¿El barrio en que vivo? ¿El roce social? ¿Los amigos influyentes que tengo?
Es curioso cómo de una conversación de la cual uno no es partícipe, se pueden recordar tantas cosas. Incluso, da material para escribir.
Pienso que ese traslado del centro de identificación desde personas y cosas afuera de uno, más al interior, sin dejar de sentir la importancia de esas otras relaciones o conexiones, es síntoma de un importante proceso de empoderamiento y calidad de vida. Te felicito.
ResponderEliminarAsí es Gabriel. Es un proceso o viaje de empoderamiento y reconocimiento y aceptación de uno mismo en toda su magnitud. Gracias por comentar.
EliminarCuando uno cree que los proyectos grupales fracasan por culpa del otro integrante, es falso, porque el principal responsable de ese fracaso es uno al depositar la confianza en el otro, es deber de uno ser el responsable y cabeza de su propio proyecto.
ResponderEliminarEs interesante lo que planteas Pablo. Comparto tu afirmación que dices que cuando se trato de "uno", uno es el jefe de su propio proyecto. Pero también agrego que no somos islas en el océano y que el reconocer que tenemos necesidades y que necesitamos de los demás, por otro lado, nos forza a abrirnos, relacionarnos y exponernos a los demás. Un abrazo.
EliminarCoincido con el comentario de Gabriel y agregaría que todo ese proceso indica que se está madurando
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